martes, 16 de diciembre de 2008

Una "breve" historia de la arqueología argentina.

Antes de ponerme a divagar sobre cualquier tema referente a la arqueología argentina, y con ello me refiero en este momento específicamente al tema del arte rupestre en el noroeste y a la “cultura” de La Aguada, debo remitirme a realizar una breve crónica del desarrollo de la disciplina en nuestro país. “Uh, que aburrido!” podrán llegar a pensar, pero no aclarar un poco donde estamos parados y de que sopa primordial venimos, va a hacer que tenga que volver sobre mis pasos quizás muchas veces, y me da miedo tropezarme.

Como bien sabemos, para entender el proceso de desarrollo de la arqueología (y de cualquier otra cosa) en un determinado lugar, en nuestro caso la Argentina, se deben tomar en cuenta los factores socio-políticos de la historia nacional, la economía, tecnología, y el desarrollo cultural y científico, así como la relación entre lo “oficial” y lo aborigen, el pasado nativo y el patrimonio arqueológico.

Para ver esta historia, podemos distinguir básicamente dos momentos: el de conquista y colonización de nuestro territorio por parte de los europeos (en el que no son claros los valores que se toman para la construcción del pasado), y el de la independencia Argentina (donde ya se definen dichos valores, que orientan el desarrollo de las investigaciones, con etapas tanto pluralistas como conservadoras).

De las épocas de la conquista y la Colonia, la información que poseemos sobre los pueblos originarios se puede rastrear en distintos tipos de documentos de la época, los cuales varían en la calidad de información que presentan: crónicas oficiales, crónicas de viajes, relatos y descripciones de evangelizadores, relatos y registros de “viajeros científicos”.

Los contactos hispano-indígenas más tempranos fueron durante la exploración del litoral Atlántico Argentino. De estas épocas son el libro de Antonio Pagafetta (acompañante de Magallanes) o el relato del sacerdote Juan de Aréizaga (quien sobrevivió a la expedición de Loaysa). De aquí, por ejemplo, surgieron las leyendas de los gigantes patagónicos.

Otros documentos hablan de los indígenas del Paraná, según integrantes de expediciones de Sebastián Gaboto y Diego García.

Más tarde se cuenta con los documentos de evangelizadores, como los de la Orden Jesuita (Alonso de Bárzana, entre otros) quienes hablan de los indígenas de la Provincia Jesuítica del Paraguay.

La visión del mundo indígena fue claramente peyorativa desde los primeros momentos de la invasión al continente; una visión que debió quedar anclada a su contexto, pero que desgraciadamente aún incide en la arqueología argentina.

Ya en el período independiente, particularmente a fines del siglo XIX y principios del XX, aunque acontecieron grandes cambios económicos y políticos por la creación de la república, no fue así respecto a la situación social y cultural. Se miraba al exterior para buscar modelos de desarrollo, menospreciando sistemáticamente a lo nativo. Lo indígena era cuestión militar y no parte de la historia nacional.

La Guerra de la Triple Alianza (1869) y la Conquista del Desierto (1879), muestra el concepto sobre el aborigen y el predominio de los intereses económicos y militares.

En Chaco, Patagonia y la Región Pampeana habitaban grupos de economía extractiva, por lo que eran “inútiles” como mano de obra para los españoles y criollos. Los nativos del NOA, con economía agrícola, ganadera y minera, fueron encomendados para estas tareas.

La ciencia de esta época era teológica y creacionista, con un claro sentimiento eurocentrista. La “generación del ‘80” se definió por su oposición al evolucionismo y a la profundidad temporal del registro arqueológico.

Los cultores de este marco teórico estaban en los centros de poder. Obras como las de Sarmiento, Lafone Quevedo y Quiroga, tuvieron gran repercusión dentro del ambiente intelectual de la época.

En cierto modo, una excepción fue Florentino Ameghino, quien propuso el origen del hombre en la Argentina. Fue el principal cultor de una ciencia naturalista, ligada a los inicios de la geología y la paleontología, con el apoyo de los trabajos de Lyell y Darwin. Dio lugar al desarrollo del evolucionismo, introduciendo las ideas de “cambio en el tiempo” y “profundidad temporal”. Incorporó las interpretaciones estratigráficas y el análisis ambiental. Sistematizó las investigaciones y reivindicó el trabajo de campo.

A comienzos del siglo XX, durante el Congreso de Americanistas realizado en Argentina, tres yanquis (Holmes, Willis y Hrdlicka), cuestionaron y dieron por tierra la hipótesis de la alta antigüedad del poblamiento humano en Argentina propuesta por Ameghino. Esto desacreditó al evolucionismo y a la orientación naturalista, coincidiendo con el colapso del marco teórico evolucionista a nivel mundial.

La Primer Guerra Mundial dejó a la Argentina en un aislamiento teórico, metodológico y técnico. La interpretación arqueológica se apoyaba básicamente en la documentación escrita y los restos fueron asignados a momentos poco anteriores a la conquista española (lo que demuestra que los argentinos, desde el principio no más, no podemos inventar nada, todo tenemos que copiarlo).

Hubo un interés en la elite criolla por remarcar las tradiciones hispanas y criollas como forma de autenticar sus derechos frente a los inmigrantes. A ello se liga la creación de museos en el ámbito nacional (Museo de Ciencias Naturales de La Plata y Museo Etnográfico de Buenos Aires), intensificándose el acopio de material arqueológico. Ambos museos fueron a ser pioneros en la formación profesional de los arqueólogos por medio de cátedras y laboratorios de investigación.

Las primeras décadas del siglo XX se caracterizaron por un trabajo básicamente descriptivo, con pocas excavaciones, poco interés por los sitios superficiales e interpretaciones basadas en la documentación etnohistórica. Salvo la adhesión al positivismo decimonónico, no hubo clara definición teórica.

El vacío teórico permitió la entrada de la escuela Histórico-Cultural de Viena, sin mayores cuestionamientos, relacionándose bien con la ideología conservadora del primer gobierno de Perón, allá por la década del ‘40. Varios profesionales locales (Aparicio, Palavecino y Márquez Miranda) fueron desplazados de sus cargos por cuestiones políticas, por exiliados llegados de Alemania, Austria e Italia (“Nazis. I hate these guys!”). En la Universidad de Buenos Aires entraron Menghín y Bórmida.

Este marco teórico es esencialmente antievolucionista, antiracionalista y racista. Exceptuando algunos postulados de Imbelloni, siempre fueron muy eurocéntricos. Se partía de un concepto de cultura como conjunto de normas compartidas que se reflejan y toman cuerpo en la cultura material, a través de conjuntos de objetos similares. El cambio cultural se explicaba solamente por la acción de mecanismos externos.

Con estos trabajos se reiniciaban las investigaciones en Pampa y Patagonia. La ubicación cronológica fue muy importante para poder realizar sucesiones culturales.

A mediados del siglo XX entran a la Argentina metodologías y aspectos culturales de USA, de la mano de A. R. González (Histórico-Cultural Norteamericano, Neoevolucionista, Ecología Cultural), que implicaron una alternativa a las propuestas del Histórico-Cultural de Viena.

González trajo la datación radiocarbónica, el uso de fotografías aéreas para prospección, técnicas de excavación estratigráficas intensivas y sistemáticas, uso de métodos estadísticos, estudio del entorno, estudios regionales, primeras secuencias regionales para el NOA y Sierras Centrales, acercamiento a las ciencias naturales como “disciplinas de apoyo”, reconocimiento de la profundidad temporal en nuestro territorio.

González, a su vez, introdujo una nueva visión en la arqueología: “el pasado aborigen es trascendental para el patrimonio cultural de la nación”. Actualmente, lo criticamos y lo tratamos de “dinosaurio teórico y metodológico”, pero seguimos utilizando los esquemas creados por él, y seguimos muchos de los caminos que trazó. Dudo que tengamos un exponente de la disciplina tan completo, y no creo que sea superado.

Cigliano, Cardich, Rizzo, Austral, Orquera, Sanguinetti de Bórmida, entre otros, fueron exponentes del Histórico-Cultural en los ’60 y ’70. Con el tiempo hicieron autocríticas, aunque la mayoría de las veces superficiales.

A comienzos de los ’70 aparecieron algunas instituciones del interior, como el Museo de Cachi (Salta) y el Instituto de Antropología de Córdoba. En estos años, los investigadores de Patagonia comenzaron a aplicar análisis estadísticos y tipológicos propuestos por F. Bordes. Se intensificó el trabajo de laboratorio afinando las estrategias descriptivas de materiales líticos e incorporando análisis de significación funcional.

En la misma época surgieron las primeras explicaciones adaptativas alrededor de problemáticas de las regiones pampeana y patagónica. Estos momentos se caracterizaron por el extremo cientificismo del trabajo arqueológico. Continuó la distancia entre “sujeto” y “objeto” de investigación.

Con el golpe militar de 1976 se cerraron carreras de antropología y arqueología, así como también “desaparecieron” estudiantes y profesionales. Poco antes de las dictadura entraron algunos nuevos enfoques de la “Nueva Arqueología” norteamericana y las propuestas teórico-metodológicas de los franceses. Estos no llegaron a enseñarse en las universidades, pero comenzaron a significar una clara oposición a los lineamientos Histórico-Culturales. El enfoque Ecológico-Sistémico tuvo una importante repercusión en el estudio de sociedades cazadoras-recolectoras.

Recién en la década de 1980 tuvieron real repercusión en los ámbitos universitarios y de investigación, dichas innovaciones. Se incorporaron los aportes de la “Ecología Humana”, la “Arqueología Espacial”, la “Tafonomía”, la “Etnoarqueología”, la “Etnohistoria”, la economía y los estudios sobre “formación de sitios”.

A partir de 1983 varios profesionales recuperaron sus antiguas cátedras. Se logró un mayor apoyo estatal a la investigación arqueológica y social. Surgió una revalorización de lo autóctono, de la identidad Argentina-Latinoamericana, sin ser nacionalista a ultranza. Hay un generalizado acercamiento a la Nueva Arqueología. El Neopositivismo Lógico con su método hipotético-deductivo pasó a ser el paradigma dominante.

Se hizo claro énfasis en los aspectos adaptativo-funcionales. El concepto de adaptación o de estrategia adaptativa ha guiado a la mayoría de las investigaciones. Esto implicó el mayor uso de elementos teórico-metodológicos de otras disciplinas como la ecología y la antropología biológica.

De forma paralela al enfoque ecológico, se revalorizó la evidencia arqueológica superficial, incorporando también el estudio de los “no-sitios”. Dentro de la llamada “Arqueología Distribucional”, el registro arqueológico es tomado como un continuo espacio-temporal, con picos de densidad, que toman en cuenta los procesos post-depositacionales.

El día de hoy, la arqueología argentina es un bodrio de marcos teóricos, metodologías de investigación y temas investigados, lo cual está genial. Conviven un sinfín de posturas, desde las que ya tienen unos ochenta años hasta las que se le ocurrió a un amigo que vi esta tarde.

De acá a diez años, les cuento que salió de todo esto.

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